Dr. José Celso Barbosa y Alcalá | El Tiempo, 11 de mayo de 1913
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Con motivo del inusitado triunfo de los demócratas en los Estado Unidos y de la toma de posesión de Mr. Wilson, el cual, por haberle cogido de improviso su triunfo, no ha tenido tiempo de prepararse para la intervención en los grandes problemas nacionales y exteriores de la República Norteamericana, y al que las gentes, en alas de la exaltación imaginativa de los soñadores políticos, atribuyen conceptos, ideas y determinaciones sobre asuntos acerca de los cuales ni aún ha tenido tiempo de pensar; está bullendo otra vez en esta Isla, el hervidero político, y sería motivo de risa, si no causara mucha pena, ver la falta de fijeza de algunos hombres a quienes se tenía por inteligentes y conocedores de la política, o, por lo menos, dotados de un buen sentido práctico, andando por esas calles, y saltando de sitio en sitio, como el colibrí va de flor en flor, esparciendo ideas tan contrarias y sin ilación con los hechos, que asombra oír en sus pareceres, y algunas veces se pregunta uno, si estamos en una casa de locos, o si estamos en una sociedad civilizada que tiene el ardiente deseo de asegurar lo mejor posible su bienestar y su porvenir.
Hay por ahí personas muy serias que hablan de cartas recibidas de los Estados Unidos y atribuídas al Presidente, que hasta ahora el buen señor ni siquiera ha pensado escribirlas; se atribuyen pareceres a personajes que todavía no han hablado ni dicho siquiera esta boca es mía; y sobre todo, aquellas imprudentes frases que dijera el presidente Taft acerca del futuro de Puerto Rico cuando expresó su parecer de que la tendencia política de los Estados Unidos respecto de Puerto Rico no iba por el camino del Estado, imprudencia que sólo puede mitigar el deseo que tuvo el anterior Presidente de dar a entender, como así creemos, que es realmente, que la concesión de la ciudadanía a los puertorriqueños, en nada prejuzgaba la constitución política definitiva de este país, han servido de norte a algunas personas para asegurar enfáticamente que no hay más camino para nuestro porvenir que la independencia o la autonomía colonial; esto es, un riesgo o un desacierto.
Ciertamente que sólo llevamos catorce años de convivencia íntima con la nación americana, y ha sido poco tiempo para acostumbrarnos bien a lo política americana, y para curarnos de los resabios de la política europea que no encajan en ésta, por la fundamental diferencia entre una y otra, de que la europea se inspira en la tradición monárquica y la americana descansa en la soberanía del pueblo. Pero ese poco tiempo no sirve de disculpa para que exista tanta indeterminación en el pensamiento de algunos políticos puertorriqueños, y para que por no haberse obtenido en seguida todo lo que se deseaba, se cambie de rumbo y se modifiquen ideas, lo que viene a sembrar una grandísima confusión y hacer que no nos entendamos, por todo lo cual no debe sorprendernos que luego nos digan los de afuera que no saben lo que queremos, ni lo que pensamos.
Para el mejor examen y discusión de nuestro problema local, no nos olvidemos de dos puntos esenciales: uno, cuál es la solución más adecuada a nuestro propio bienestar; otro, cuál es la solución más conforme a la política norteamericana.
Examinemos ligeramente el primer punto. No sólo por el natural sentimiento de todo pueblo llegado a su madurez política y social, de gobernarse por sí mismo, sino por la manera como se desarrolló nuestra vida cuando formábamos parte de la nación española, todo puertorriqueño aspira a la independencia de su país, y, como es natural, surge en seguida el problema de cómo se ha de entender y organizar políticamente ese sentimiento de la independencia para el funcionamiento del gobierno propio.
Afortunadamente, nos encontramos casi a la mitad del camino, porque por el influjo de la democracia americana, hemos resuelto todos los fundamentales problemas de la política general de un país, que todavía están dando mucho que hacer en naciones tan diestras en el manejo de los negocios públicos como Francia y España, que sucesivamente llegaron a dominar en el mundo entero. La más amplia libertad en el orden del pensamiento, de la conciencia, de la palabra, y de la acción, tanto en el individua considerado en sí, como actuando en el ambiente social, está asegurada afortunadamente en este país: se van desarrollando progresivamente todas las fuentes de la producción, y la paz está garantida. Son pocos los pueblos que hoy gozan de esas tres magníficas condiciones, y por lo que a América se refiere, no hay más que tres territorios que las disfruten: las colonias inglesas, la República Norteamericana, y la isla de Puerto Rico.
Examinando el resto de América, esperamos que se nos diga cuál de los otros de los distintos pueblos que existen en este continente, goza en mejor grado de las condiciones de libertad, de desarrollo en su riqueza y de paz, que nuestra isla de Puerto Rico.
Ahora bien: al desarrollar nuestro sentimiento de independencia para organizar el gobierno propio, debemos tener presente no sólo las condiciones del pueblo, sino el territorio en que ese pueblo se extiende, y las condiciones generales interiores y exteriores de ese territorio, a fin de que pueda realizarse una obra durable, de paz, de orden de felicidad y de justicia.
Puerto Rico es un territorio muy pequeño para fundar una nacionalidad. La gran concentración de ideas, de sentimientos y de relaciones científicas, industriales y mercantiles que existe hoy en el mundo entero, exige la constitución de grandes grupos sociales que puedan equilibrarse para mantener el orden y la paz y seguir adelante el progreso en todas sus manifestaciones. Los hombres ya no se atreven a hacer las cosas por sí solos, como las hacían antes. Buena prueba es lo que sucede en las profesiones, en las cuales cada día se van especializando en un solo detalle, y dentro de la especialidad, se asocian unos y otros para el mejor desempeño de sus funciones y el más seguro éxito.
Pues lo mismo sucede en los pueblos: hace tiempo que las colonias inglesas se sienten pequeñas y se encuentran muy separadas de su Metrópoli, y buscan el medio de agruparse para formar confederaciones y entrar juntas con la poderosa Metrópoli en la dirección e influjo de los negocios mundiales.
A medida que el progreso asciende en su maravillosa carrera, el choque de intereses es más fuerte, y más intenso el encono de los que desgraciadamente caen por su debilidad, pereza o negligencia. Hoy no se respeta más que a pueblos que tienen muchos soldados y muchos barcos, porque son los que representan una fuerza efectiva. Obsérvese lo que acontece en Europa, en donde vemos ahora mismo que está sucumbiendo Turquía desde que empezó el decaimiento de su poderío naval y militar, y cómo han tenido que unirse para combatirla a pesar de todo, las cinco pequeñas naciones que juntas le están haciendo la guerra.
Aquí en América, el problema no es tan urgente por ahora, porque existe la egida protectora de la República Norteamericana, desarrollando la doctrina de Monroe, que ha venido a salvar a las repúblicas hispanoamericanas; pero muy pronto comenzaremos a sentir los efectos de la debilidad en nuestras nacientes repúblicas, si no se encuentran fuertes y poderosas, cuando el impulso del progreso traiga a América indefectiblemente, la hegemonía política y mercantil que tiene hoy Europa.
No se funda, pues, un pueblo como nación, para hoy, ni para mañana, ni para luego, sino que se constituye para siempre. Y es preciso convenir en que la isla de Puerto Rico no se encuentra en condiciones para ser una república independiente, fuerte y vigorosa por sí misma. En tales condiciones, necesita Puerto Rico del auxilio ajeno que le proporcione la fuerza y le dé la consistencia de que ella desgraciadamente carece.
Tres soluciones se presentan hasta ahora para resolver el problema: o el Estado, o la independencia, o la autonomía colonial. No hay más, ni es fácil que pueda inventarse otra, porque el pensamiento humano no alcanza a establecer nuevas creaciones políticas.
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The 3% Way in Puerto Rico’s Status
In Citizenship Equality, Commentary and Analysis, Enemies of Equality, H.R. 2499, Puerto Rico, Puerto Rico Democracy Act, Puerto Rico Independence, Puerto Rico Statehood, Self-Determination, Tennessee Plan, The Big Lie: The PPD's "Commonwealth" on December 18, 2010 at 9:53 PMWhat a Minute Party does with an Oversized Voice
The President of the Puerto Rican Independence Party (PIP), Rubén Berríos, has proposed a “new” way forward on the status. In consultation with the presidents of the two major status parties in Puerto Rico—Gov. Luis Fortuño of the pro-statehood New Progressive Party (PNP) and Rep. Hector Ferrer of the pro-“Commonwealth” Popular Democratic Party—Berríos seeks to set up a new, three-step mechanism.
The first step, would force the federal government’s hand with a yes-or-no vote in which the Americans of Puerto Rico would ask for a status that is “plainly democratic, not colonial and not territorial.” Then, on the second step, which would occur on the same day of the first vote, the Puerto Rican electorate would vote on the process for solving the status, either a plebiscite (direct vote) or a constitutional assembly (delegated vote). Finally, in the third step, if the plebiscite form wins, the people of Puerto Rico would exercise its right to a direct vote on status, but if the constitutional assembly were to garner the most votes, then the Puerto Rico legislature would be required to vote by a three-fourths supermajority and “in consultation with the diverse promoters of said procedure” (Guess who? The PIP and the PPD) to authorize said constitutional convention. Further, if the legislature does not meet the three-fourths threshold, then it would be up to the next legislature (in 2013) to authorize the constitutional assembly—but only with a simple majority needed.
Recap: 1) pressure the feds with near Puerto Rican unanimity on the status; 2) let the Puerto Rican electorate decide between a direct vote plebiscite and a delegated constitutional assembly; and 3) force the current Puerto Rico legislature to convoke a constitutional assembly through a super majority vote, or the next legislative assembly with a simple majority vote.
The plan is simple and straightforward, and (primarily) unnecessary!
The independence movement in Puerto Rico seems at odds with reality. It commands the support of less than 3 percent of the population and yet it purports to be a power broker. The PIP wants a veto power despite its minute stature in Puerto Rican politics. Because it is such a minor party, with no hope for victory, it must stay “relevant” in some way. Let us remember their strategy is founded on inaction, and while the movement’s aggressive tactics have changed, their powerful rhetoric on behalf of self-determination is now a fading caricature of what it once was. It is the way of Puerto Rican independence. If they cannot win on a straightforward statehood-versus-independence direct-vote plebiscite, then they will continue to develop a way to change the plan.
Degradation of Self-Determination Rhetoric
The first step of the PIP-plan seeks to magnify the current level of consensus in the American island on the current territorial status and its unacceptability. Through a yes-or-no vote, as expected, the American citizens of Puerto Rico would attest to their displeasure with the current unequal status; simultaneously, the electorate would cast its votes in favor of a direct plebiscite or a delegated constitutional convention as the mechanism for solving the status.
The fact that the people of Puerto Rico are being asked to “choose” between doing something themselves and electing somebody else to do it for them should be questioned endlessly, particularly as it relates to the status. A direct vote is the most democratic tool available to the people. The PIP and Ruben Berríos know this; after all, their entire plan rests on the direct vote of the citizens in the territory. Nevertheless, this plan is an optical illusion because while it engages citizens in the direct election of ideas, those ideas steer the citizens’ votes to the establishment of mechanisms diametrically opposed to the democratic principle of direct vote, mainly the “constitutional convention” idea.
The main problem with the idea of a constitutional convention is the notion rests on a flawed premise: the future of the status problem is complex and the people need experts to deal with it. The idea also assumes the convention delegates would be there to “create” a solution, when in fact the solutions are on the U.S. Constitution and are immutable by a Puerto Rican Constitutional Convention. The (simple) solutions constitutionally mandated are statehood or independence, if neither, then perpetual territorial/colonial “Commonwealth” status with no “enhancements” under the U.S. Constitution’s Territorial Clause.
The third and last step of the PIP-sponsored plan is a gratuitous slap in the PNP face. In 2008, the pro-statehood PNP took control of the legislature with supermajorities in the House and Senate chambers. Therefore, in essence, the third step is a trigger meant to override the PNP-led legislature and completely marginalize La Fortaleza. The PNP should never consent to taking away from the people the direct vote of the plebiscite and replace it with a ridiculous constitutional circus. Note, reader, that this part of the plan rests on the hope that the PNP will lose many seats in the 2012 elections because without a massive electoral change there cannot be a simple majority vote in 2013 to establish a constitutional convention, which the electorate presumably would have supported though a direct vote.
If the PIP wants to use its oversized voice to continue territorialism and colonialism by default in Puerto Rico then let it, but if it wants to move Puerto Rico beyond second-class citizenship then it must begin to promote the true answer to the status issue: a direct vote by the people on a statehood-versus-independence plebiscite. No more, no less.
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